Estos puertos asturianos encierran dos atractivos a
los que es difícil resistirse: su importancia geológica subterránea y las generosas
vistas panorámicas que se disfrutan desde este balcón natural. A los Puertos de
Marabio se accede desde dos puntos. Por el norte desde Grado hasta Villabre por
la AS-311 y desde el sureste por Entrago, en los Valles del Oso. Y es que el monumento natural de los Puertos de Marabio,
de 12,5 kilómetros
cuadrados, se reparte entre tres concejos: Yernes
y Tameza por el norte, y los de Teverga
y Proaza por el sur.
Siempre que he subido lo he hecho desde Entrago,
localidad íntimamente relacionada con la famosa vía verde de la Senda del Oso. A medida que se asciende
por estrecha carretera se gana altura con celeridad con la vista puesta en la
enorme mole caliza grisácea que flanquea por la derecha la subida. Es la misma
mole que abajo, al nivel de río Teverga, la célebre senda perfora mediante
túneles para salvar un estrecho desfiladero.
Una vez arriba se gana un altiplano desde el que se
observan unas panorámicas espectaculares y muy aéreas. Son los Puertos de
Marabio. Y para gozar de las vistas privilegiadas de este balcón natural hacia
el sur y el este, lo mejor es detenerse junto a la ermita de Santa Ana. La
vista se extiende por el parque natural
(y Reserva de la Biosfera) de Las Ubiñas-La Mesa (en el cual se incluye
parcialmente este monumento natural) y más allá, hacia las montañas de Redes,
otra espectacular Reserva de la Biosfera asturiana.
Hacia atrás, hacia el oeste, la visión del
“altiplano” es amplia, con las paredes rocosas calizas a la derecha que dan una
pista importante de la naturaleza geológica del monumento. A la vista los Puertos
de Marabio se abren como un bucólico vallecito de suaves laderas encajado entre
montañas. Pero el suelo del vallecito, en realidad, es un queso gruyere formado
por un verdadero despliegue geológico de dolinas y valles ciegos, que en un
primer vistazo permanecen ocultos a los ojos por una alfombra de pasto verde en
el que crecen aulagas, robles, acebos y algunos tejos, salpicada de ganado
vacuno con un aspecto inmejorable. Todo bajo el magnetismo del Pico Caldoveiro.
Su notable importancia tiene que ver también con el
agua, como complejo kárstico
hidrogeológico; pues funciona a modo de gran embudo horadado por dolinas y
salpicado de valles sin salida natural por los que corren regueros (Vega Prao,
Vega Muria y Las Llongas) a modo de laberintos hasta que se filtran por el
sustrato y son conducidos hacia la zona de Piedrallonga,
el área receptora.
En esta gran esponja cubierta por una superficie de
prados, abundan las cuevas y las galerías, muchas de ellas conectadas entre sí
como ocurre en el sistema de Vegalonga,
que llega a alcanzar 6
kilómetros de recorrido subterráneo, y otros muchos. En
el caso de los valles ciegos o en las zonas entre dolinas en ocasiones se
forman también lagunas.
Existe un sendero (PR.As.72) que permite hacer un recorrido
circular de 12
kilómetros por el monumento natural. La capilla de Santa
Ana es un buen inicio y final. A lo largo de la ruta verás que en estos puertos
crece la centaura de Somiedo y el narciso de Asturias, interés botánico que se
complementa a nivel faunístico con varias especies de quirópteros, el vuelo del
treparriscos, el águila real, el alimoche o el roquero rojo y, sobre todo, la
presencia esporádica de oso pardo.
La propia capilla de Santa Ana y sus inmediaciones
son un inmejorable balcón con vistas que quitan el hipo. Acércate hasta la
enorme cruz junto a la capilla, siéntate en el prado y deja volar tu mente…
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