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viernes, 14 de noviembre de 2014

Cascada del Tabayón de Mongayo


En el paraíso natural asturiano, donde al agua fluye por doquier entre sus montañas, bosques y prados, resulta complejo no encontrar un regato, una riega, un arroyo o un río que no posea cascadas o saltos de agua. Por pequeños que sean, las pequeñas cascadas y las pozas cristalinas están a la orden del día en los cursos de agua. Incluso las hay de considerables proporciones como las cascadas de la Seimeira, Oneta o el Tabayón. Las dos últimas están además incluidas en la red regional de Espacios Naturales Protegidos como monumentos naturales.


El Monumento Natural del Tabayón de Mongayo (Taballón l`Mongallu), en Caso, es uno de los principales atractivos del parque natural de Redes. De la importancia natural del lugar dice mucho que hasta hace no mucho se trataba de una de las rutas de acceso restringido. Para llegar a la cascada hay que hacerlo a pie mediante una ruta que puede realizarse de ida y vuelta (también existe la opción circular) a través de uno de los parajes más sugerentes de la cordillera Cantábrica: el bosque del Monte Saperu y el circo glaciar del Mongayo, desde el que se descuelga la cascada del Tabayón. En su conjunto es una de las rutas más espectaculares, a mi juicio, de cuantas podemos realizar en las montañas asturianas.


El punto de inicio y final se establece en el pueblo de Tarna, al sur de la Reserva de la Biosfera de Redes. Convenientemente señalizado, este sendero de Pequeño Recorrido (PR.AS-60) comienza a remontar la ladera de Monteverde, a los pies del Peñalba (1.622 m.) por una estrecha pista que cada vez va quedando más envuelta por el bosque. Dominan sobre todo las hayas y los abedules en unas latitudes en las que destacan también importantes formaciones de acebo. Las pequeñas flores blancas globosas del brezo ponen la nota dominante en el estrato arbustivo. En la ruta destacan también gencianas y narcisos.


En ligera pero casi permanente subida se dejan atrás las cabañas de Terreros y, a continuación, una bifurcación. Para ir directos a la cascada es preciso seguir de frente, aunque la opción que remonta el bosque por la izquierda hasta los enormes Rebollos de Llanu l`Toru (gigantescos y centenarios robles con hasta 10 metros de perímetro de tronco) no es desde luego mala opción.

Desde la bifurcación la pista comienza a adentrarse en el fabuloso hayedo de monte Saperu, por cuya ladera transitamos en estos momentos. Un puente de madera permite salvar el Regueru la Requexada y, poco a poco, el silencio y la magia del hayedo envuelven al caminante. Es el reino del urogallo cantábrico, también del corzo. Siempre sin olvidar que la ruta se desenvuelve por territorio osero. Jabalíes, ciervos, rebecos, lobos, etc. completan una más que interesante lista de vertebrados.


Dejamos atrás un par de cabañas derruidas, Les Cabanielles, y seguimos por la pista que transcurre inmersa de lleno en el hayedo. La presencia de una fuente coincide también con el final de la pista. Un paraje idílico en el que sentarse a descansar unos momentos. El camino se continúa ahora por senda. En sentido descendente la senda busca el final del bosque. De pronto se abre ante la vista el circo glaciar de la sierra de Mongallu, sobre los 1.850 metros de altitud, y unos metros más abajo, el escalón por el que se descuelga la Riega Mongayo. Desde la distancia se aprecian dos saltos de agua. El superior pronto desaparece de la vista en la bajada. El inferior es el referido Taballón, que se desploma formando una preciosa cascada de 60 metros de altura. La senda se abre paso entre grandes retamas hacia la pradera de La Campona, desde donde se puede subir fácilmente por la morrena al pie de la cascada hasta la base del salto de agua. La plasticidad es máxima en un paraje de ensueño. No será difícil ver el vuelo del águila real o del alimoche.


Para regresar se puede emplear el mismo camino o bien ir por la pista que va unos metros por encima del río de la Ablanosa. Es territorio por el que siempre fluye el agua y en el que en ocasiones costará encontrar firme sin barro por el que avanzar. La bota de trekking se antoja imprescindible.


Sea cual sea la opción elegida, al final del recorrido (9,5 km. y 3,5-4 h.), ten por seguro que habrás conocido una de las rutas senderistas asturianas más gratificantes.

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