Xert,
un pequeño y tranquilo pueblo castellonense, vecino del monumental Sant Mateu, se encuentra en las
estribaciones orientales de las montañas del Maestrazgo. Pero Xert (Chert)
tiene sus propias montañas, es cierto que sin las cotas de altura del
Maestrazgo, pero con el encanto de un paisaje diferente y el fácil acceso a
observaciones de fauna de gran relevancia. Por aquí vuelan un buen número de
rapaces e infinidad de paseriformes pero sobre todo Las Muelas de Xert cuentan
con una interesante población de cabra
montés (Capra pyrenaica subsp.
hispanica). Y allí pasé una agradable jornada campera de la mano de
Avistanatura observando varios ejemplares de cabra de bello porte entre
paisajes relajantes, mediterráneos a más no poder, y sumidos en la tranquilidad
más absoluta, tan preciada por quienes nos gusta de observar la naturaleza sin
agobios ni masificaciones.
Xert cuenta con sus propias montañas, como digo sin
gran altitud pero si con una gran identidad. Se trata de Las Muelas de Xert. Las muelas (molas) forman una hilera de cuatro montañas
de cima plana que se extienden a lo largo de 3,2 kilómetros y están
escoltadas por los relieves de la sierra
del Turmell. Son la Mola Gran, la
Moleta Redona, la Mola Llarga y la Mola Murada.
Una muela, geológicamente hablando, es un sinclinal colgado
cortado por un conjunto de fallas. Este relieve invertido está formado por una
serie de materiales duros (calizas) y blandos (margas y/o arcillas) que se
alternan en diferentes capas horizontales y que la erosión modela hasta
conferir el característico aspecto de tarta o montaña de cima plana. Los
laterales superiores y la cima de la tarta son en realidad calizas.
La cima de la muela grande, de fácil acceso, es un
privilegiado mirador sobre las vecinas montañas de Els Ports (Tarragona) y el
horizonte llano dominado por naranjos que se extiende hacia el mar
Mediterráneo.
Y allí pasamos horas, buscando y fotografiando
cabras entre las paredes cimeras de las muelas donde tanto gusta a los bóvidos
de guarecerse del viento, y del sol cuando el calor aprieta, y descansar entre
peñascos calizos. Uno de sus lugares favoritos son los bloques de piedra que se
desparraman de la cima precedentes de la antigua cantera de la Mola Gran y que
forma una especie de morrena por la que estos ágiles mamíferos se desplazan con
gran naturalidad.
Con las hembras y los jóvenes a ojo no es tan
sencillo, pero cuando se observa el primer gran macho se aprecia rápidamente la
diferente forma curva de los cuernos respecto a la otra subespecie de este
endemismo ibérico (Capra pyrenaica subsp.
victoriae). Aquí reside la cabra hispánica, la misma que se distribuye por
las sierras mediterráneas litorales de la península y cuya mayor población
mundial se encuentra en Sierra Nevada. Lamentablemente nada queda de las otras
dos subespecies de cabra montés: la cabra lusitánica extinta a finales del
siglo XIX, y el bucardo, que era la subespecie nominal, habitante del Pirineo,
y cuyo último ejemplar, Laña, murió el día de Reyes en la faja de Pelay del
valle de Ordesa hace 13 años.
Afortunadamente la cabra hispánica posee una
saludable población distribuida en diferentes núcleos. Uno de ellos se
encuentra en estas montañas.
Y así, prismático en mano, transcurrió una jornada
memorable que dio para mucho, en la que tuvimos tiempo de acercarnos también a
la interesante microrreserva de flora de la Torresseta del Turmell y que contó con
el magnífico broche final de un gato montés.
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